Son los vestidos los que nos llevan y no a la inversa. Podemos imponerles la forma de nuestro brazo o de nuestro pecho, pero ellos forman a su antojo nuestros corazones, nuestras lenguas, nuestros cerebros.
Nos vestimos al caer en la cuenta de que estamos presentes ante otros, que son ajenos a la propia interioridad. Ante esa mirada configuro mi exterioridad como expresión de lo que soy. Esto nos enriquece porque añade a nuestro ser corporal nuevos significados que expresan la riqueza interior, dándole asi a nuestra apariencia externa una gran profundidad.